jueves, 3 de noviembre de 2011

Una historia más...



Con las piernas pegadas al pecho y mirando fijamente a ningún sitio, acaricio con el dedo por centésima vez el surco de mi vaso lleno de demasiadas historias, problemas y puede que también de demasiado alcohol. Mi único deseo en ese momento se podría realizar tan rápido como coger mi vaso, romperlo y abrir mi muñeca. El camarero nos mira, a mí y a mi vaso, aún lleno a la mitad tras más de media hora servido. "¿Algo más señorita?" Me preguntan de vez en cuando, yo me limito a negar con la cabeza sin levantar la vista. 
No sé qué hora será, solo sé que no es de día y que fuera no hay nada que valga la pena ir a buscar. De repente una carcajada de un hombre gordo y peludo me saca de mis pensamientos, doy un trago a mi vaso y me estremezco al notarlo tan frio y tal fuerte. Miro a mi alrededor observando cada punto de aquel tugurio, sentada en la última mesa puedo ver al hombre gordo y peludo con otros tres, moteros. Puedo ver también una camarera aburrida y un camarero limpiando vasos. 
En ese instante se oyen las campanitas de la puerta del bar, y entra alguien con la cara tapada por un sombrero empapado, debe de llover fuera. Hace una breve inspección al lugar, se sienta en la barra y pide algo. Mientras se lo sirven sigue mirando el bar, yo no puedo apartar la vista de él. Nuestras miradas se cruzan pero soy incapaz de bajar la mirada. Cuando le sirven su vaso viene hacia mi mesa, mi corazón empieza a dar señal de alerta, hace un gesto pidiendo permiso para sentarse, yo asiento con la cabeza. Al principio habla él, y eso me es muy cómodo, según pasan los minutos empiezo yo a intervenir en la conversación y al cabo de una hora le estoy contando la razón de mi llegada a ese bar, y sin darme cuenta ya no queda nada en mi vaso.

El hombre pide la cuenta, insiste en pagar y nos vamos, fuera ya no llueve y se respira ese olor a rocío mezclado con el gas de los coches. Me dice que me va a llevar a un sitio donde no llegan mis problemas, yo le creo, no sé por qué, pero le creo. Entramos a un edificio y cogemos el ascensor, y mi corazón vuelve a dar la señal de alarma. Subimos hasta el último piso y de ahí a la azotea, al principio me asusto, y empiezan los vértigos, él lo nota y me coge la mano. Nos acercamos al filo, y miramos desde allí toda la ciudad, sigo sin saber qué hora es pero por la cantidad de luces que hay, debe ser madrugada. Él me empieza a susurrar "¿Ves? aquí ya no llegan tus problemas, no son tan grandes." Me estremezco al notar su voz en mi oreja y su aliento en mi cuello. "Cuando tengas un problema más grande que todo esto..." hace un gesto para abarcar toda la ciudad "... valdrá la pena que vuelvas a ese sitio."
Y tenía razón, desde entonces, cada vez que tenía un problema subía a la azotea de mi edificio y desde allí me daba cuenta de que nada es tan importante como para volver a desear tanto acabar con todo como lo deseé yo aquel día.

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